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ENTRE EL RENCOR Y LA AMISTAD.

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AlexanderSC's avatar
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ÚLTIMO DÍA.
(Primera Parte).



Eran las cinco en punto de la madrugada, y mi despertador sonaba furioso con la intención de no dejarme dormir ni un solo segundo más.
Lo apagué entusiasta con un ligero golpe sobre un botón. Me senté sobre el borde de la cama, y mis ojos no querían abrirse del todo. Un nuevo sonido se impuso sobre el silencio y la oscuridad de mi habitación, y rebusqué entre las sábanas mi celular escandalizado. Cuando lo encontré, lo acallé, y revisé el buzón de mensajes. Uno nuevo. Lo abrí y sonreí ante lo que decía: "Feliz cumpleaños, Alex. ¿Listo para irnos?". Era de Katia, y tan solo respondí positivamente para mi mismo.
Dejé el teléfono sobre el mueble al lado de la cama en el cual se encontraba el reloj, y me dirigí a la puerta del cuarto para poder pasar al baño a ducharme.
Al salir, volví a mi habitación cubriendo mi cuerpo con la toalla para poder ponerme algo cómodo, parecía que haría algo de frío ese día de Julio. Ya cambiado, tomé la billetera de uno de mis cajones, y me la guardé en una de las bolsas traseras del pantalón negro. Me dirigí abajo, a la cocina para prepararme un café y lavarme los dientes. Después pasé a la sala de estar, y recogí mi maleta del suelo, y mi mochila del sofá más chico.
Me quedé ahí un momento, sin saber porque lo hacía. Miré toda la estancia con cuidado, atento para que no se me olvidara ni un solo detalle. Volví a dejar las cosas en el suelo, para dirigirme hacia una foto en particular que se encontraba en una repisa del mueble de la televisión. Era una foto familiar, pero solo se encontraba mi madre, mi hermano y yo varios años atrás.
—Nos vemos...— me despedí tocando el cristal que la protegía del medio ambiente, y sonriendo gustoso por el par de semanas que estaría afuera de mi hogar.
Me volví a cargar la mochila a la espalda y recogí la maleta del suelo con mi mano derecha, estaba algo pesada, y ni siquiera se encontraba llena. Entonces salí de mi hogar, cerrando la puerta a mi espalda.
Volteé hacia la calle, para ver aquel automóvil deportivo de color rojo que se encontraba justo frente a mi. Lo admiré de tantas formas posibles en la oscuridad que aun se encontraba en mi entorno, pues el brillo del sol aun no se manifestaba por el horizonte. Gracias papá...— pensé en ese momento, luego caminé hacia enfrente portando con las llaves sobre mi mano libre.
Abrí el maletero de la parte trasera del convertible viendo mi aliento frente a mi cada vez que respiraba, y metí mi equipaje en él. Lo cerré, luego volteé hacia arriba curioso por el viento frío y húmedo que me golpeaba el rostro y las manos. El cielo se encontraba colmado de nubes negras a punto de reventar de agua, truenos y un viento bravío. Me encaminé a la puerta del conductor, y entré lo más rápido que pude, luego aventé mi mochila al asiento del copiloto. Sostuve el volante con fuerza, pues un mal presagio fulminaba mi mente.
Antes de siquiera colocar la llave en el cerrojo de encendido, mandé un mensaje a todos para avisarles que ya estaba listo. Después prendí el motor del auto, escuchando su potente rugir aun adentro de éste. El estereo comenzó a sonar con música rock, y esperé un momento a que se calentara para evitar forzarlo demasiado. Encendí el aire acondicionado para calentar un poco el interior del carro, y después de pasados un par de minutos, subí el volumen de la música, y aceleré pisando suavemente el pedal.
Primero me dirigí hacia el oeste de la ciudad, a una velocidad un poco más alta de la apropiada, pero la adrenalina que se sentía al estar detrás del volante no me dejaba pisar el freno a no ser completamente necesario. Di vuelta en varias calles, ignorando las casas que pasaban solamente como sombras a mi alrededor y las otras muchas distracciones como árboles u otros automóviles.  Manejé tan solo cinco minutos, hasta estacionarme suavemente frente a una morada de color azul rey y blanco de tres pisos de alta, con un par de luces encendidas en el primero de éstos. Me bajé sin poner la alarma o los seguros y vagué hasta la entrada de la vivienda con las manos en las bolsas de la sudadera roja que traía puesta, para protegerlas del viento helado.
Una vez justo frente a la puerta, me dispuse a tocar con los nudillos sobre la suave, fría y húmeda madera. Una voz me respondió desde el interior, pero no entendí lo que me había dicho, así que solo esperé ahí un momento encogiéndome de hombros y metiendo la cabeza bajo el cierre lo más que pude para evitar que el frío me golpeara de lleno. No tardó mucho hasta que el umbral se abrió con un ligero chillido, y una mujer de edad media salió por él saludándome cruzada de brazos.
—Buenos días, Alexander...— me dijo la madre de Katia por cortesía antes de invitarme a pasar.
—Buenos días, Ofelia— le devolví el saludo mirándola alegre, hacía mucho que no la veía, y en general, la señora me parecía una gran persona.
—¿Te gustaría pasar?— me preguntó ofreciéndome la entrada elegantemen-te, aun cuando todavía traía puesta una bata para dormir.
—Me encantaría, Ofelia— acepté educadamente, y crucé la linea imaginaría que dividia el afuera del adentro.
Ofelia cerró la puerta detrás de nosotros, y comenzó a caminar por el pasillo principal de la enorme construcción.
—Por favor, Alexander, camina con confianza, que no es la primera vez que entras a este recinto— me aclaró bastante contenta, y yo sonreí por distinción—. Katia se encuentra en su habitación, no tarda en bajar, solo fue por una sudadera en cuanto escuchó que llegaste.
—De acuerdo, Ofelia, la esperaré sentado en el vestíbulo si no le molesta.
—En lo absoluto Alexander, espérala donde quieras, y siéntete libre de ir de aquí para allá.
—Gracias.
—A propósito. Antes de que Katia baje y se vayan sin más. ¿Podría pedirte un gran favor, Alexander?
—Mientras esté en mis manos el poder hacerlo, no habrá ningún problema, Ofelia— le informé un poco extrañado por ello.
—Esto es lo más importante que una madre podría pedirle a cualquier perso-na en el mundo, por favor, Alexander, prométeme que harás todo lo posible por cumplir lo que te pediré.
—De acuerdo, tan sólo dígame qué es lo que quiere.
—Cuida bien de mi hija— me dijo rápido, sonriendo, dejando toda su confianza sobre mi, luego, simplemente entró por una puerta hacia una habitación sin decir nada más.
Quedé ligeramente desconcertado por lo que había acabado de ocurrir, pero quedó olvidado dos segundos después por el sonido que produjeron las pisadas de Katia bajando las escaleras.
La vi en cuanto tuve la oportunidad de hacerlo, vestía un chamarra café de piel, y unos jeans azules en conjunto con unos tenis de color negro. Traía el cabello recogido y sus ojos verdes resaltaban mucho sobre su rostro tenuemente maquillado. Me miró, y se detuvo derepente.
—¡Alexander!— dijo mi nombre impresionada por mi presencia.
—¿Estás lista...?— le pregunté, y ella asintió con la cabeza.
—Sí, solo tengo que ir por mi valija y mi bolso a la sala de estar y es todo. ¿Ya almorzaste, Alexander?— me preguntó curiosa, caminando rápidamente mientras yo la seguía al mismo paso.
—No, Katia, pero no te preocupes, llevo almuerzo en mi mochila— le aclaré sonriente, un poco divertido ante sus preocupaciones y la forma rápida en que hablaba.
Ya no me dijo ni me preguntó nada más, pues el plan ya estaba hecho, y ya todos lo sabíamos, así que no había mucho que aclarar. Tan solo fuimos por sus cosas y la ayudé a cargar con la maleta. Después de tomar su bolso, fue a la habitación de su madre, y se despidió sin que yo tuviera la oportunidad de escucharla. Entonces, cuando terminó, salimos de su casa y nos dirigimos al carro para poder guardar sus cosas, y meternos lo más rápido posible para evitar la ventisca que hacía.
—¿Lista?— le pregunté encendiendo de nuevo el motor del auto cada vez más entusiasmado.
—¡Más que lista, Alexander! ¡Ansiosa!— respondió sonriendo de oreja a oreja, profundamente emocionada por el viaje.
Aceleré de nuevo y esta vez me dirigí al este del todo por una de las calles principales de la ciudad. Di vuelta a la izquierda en el último bulevar, y vi otros dos autos conocidos al final de la calle, estacionados justo frente al apartamento donde vivían Max y Lydia. Sin embargo, yo me detuve a mitad del camino, frente a la gran mansión que se alzaba a mi izquierda como un monumento a la riqueza. Apagué el motor de inmediato, y ambos— Katia y yo—, salimos sin decir nada. Cerré la puerta del vehículo sin cuidado y nos dirigimos juntos hacia el gran pórtico blanco que nos esperaba ansioso aquella mañana fría y ventosa de verano. Los alrededores seguían cubiertos casi por completo por la oscuridad que producían las aterradoras nubes negras que continuaban escondiendo el cielo sobre nosotros, pero las luces naranjas de las lámparas nos ofrecían la suficiente iluminación como para no tropezar con los pedazos de asfalto que se encontraban elevados del nivel del suelo.
Timbramos una vez estuvimos lo suficientemente cerca como para hacerlo, y la hermosa voz de Ezmeralda nos contestó desde el fondo de la mansión con la sutileza y la elegancia de cualquier doncella.
—Esperen un momento, por favor— nos pidió un poco apurada—. Salimos en un instante.
No respondí, así que solo me quedé afuera con Katia, mirando el ambiente tan desagradable que nos había tocado.
—No te desanimes solo porque el día no está como hubiésemos esperado— me aconsejó Katia cuidadosamente—. Verás que pasará una de dos cosas. O se pone mejor, o nosostros nos aprovechamos de él de alguna manera— terminó por decirme con una gran sonrisa acompañada de sus mejillas ruborizadas.
Reí por lo tierna que me parecía la imagen.
—Gracias, Katia— agradecí por cortesía, aunque no sentía la completa necesidad de hacerlo—. Seguiré tu consejo...
Entonces ella se volteó avergonzada por mi diminuto comentario como si hubiese sido la gran cosa, pero la ignoré un momento para poder pensar en otros detalles, y aun así, no me dejó, pues me habló dos segundos después sin voltear a verme a la cara.
—Alexander...
—Dime, Katia, ¿qué sucede?
—Bueno... Hoy es tu cumpleaños... Y...— quiso continuar, pero parecía que la voz se le había cortado, así que se quedó callada por una gran cantidad de tiempo—. Bueno, yo tengo un presente para ti...— me dijo, y rebuscó en su bolso por algún objeto demasiado pequeño, ya que parecía que no lo encontraría—. Tan solo espérame un momento, por favor... Sé que lo puse aquí por algun parte.
La miré alegre por su ingenuidad, y esperé pasientemente a que encontrara aquello que tanto buscaba, hasta que tuvo éxito.
—¡Aquí está!— afirmó sacando una pequeña bolsa de regalo de color rojo, luego me la ofreció casi temblando—. Bien... Espero que te guste, Alexander...
Yo la acepté optimista, curioso y muy feliz de que me diera algo por mi cumpleaños aun cuando no tenía que hacerlo, además, era reconfortante que recordara que mi color favorito era el rojo.
Antes de siquiera mirar adentro, me aseguré de darle las gracias debidamen-te, de corazón. Así que me dispuse a abrazarla con fuerza, con cariño y con devoción. Al principio sentí su incertidumbre hacia mi muestra de afecto tan apresurada, pero después de un momento, el calor de sus manos sobre mi espalda era incluso más que palpable.
—Gracias, Katia— me decidí por decirle un poco antes de dejarla libre—. Gracias por todo hasta este momento... Tu tiempo... Tu apoyo... Tu amistad... Eres la mejor sin lugar a dudas— terminé por decirle demasiado alegre como para poder guardármelo para mi mismo.
Ella no dijo nada, solo permaneció callada, luego me soltó un par de segun-dos antes de que Ezmeralda saliera por el portal de su domicilio, agarrada de la mano de Susan por su derecha.
—¿Están listos?— nos preguntó sonriendo, ataviada con una sudadera delgada de color gris, y unos jean azules.
—¡Por supuesto!— le respondí entusiasmado.
—¡Más lista no podría estar!— añadió Katia con un ánimo recién elevado hasta las nubes.
—¡Entonces no perdamos más tiempo!— comentó Ezmeralda cargando con sus cosas y las de Susan sin ningún tipo de problemas y caminó hacia el auto con la confianza del mundo.
—¿Quieres que te ayude con eso?— le pregunté señalando su equipaje, pero ella negó con la cabeza.
—No llevamos muchas cosas, Alex— me aclaró Susan hablando por su hermana con ese mismo tono hermoso tan acorde a cualquier situación—. Ademas mi hermana es muy fuerte— agregó la pequeña sonriendo de oreja a oreja inocentemente.
—Ya veo— le di la razón con un guiño y le acaricié el cabello con suavidad.
Adelanté un poco el paso para abrir el maletero del auto de forma que ellas pudieran meter sus cosas en él sin problemas.
Miré hacia el final de la calle, atento a los dos automóviles que seguían estacionados y a las varias personas que se encontraban alrededor de ellos. ME guardé el pequeño regalo que Katia me había ofrecido en la bolsa de la chaqueta y me recargué contra la puerta del carro.
—Creo que sería mejor que los esperáramos— les di la opción a las chicas, y ellas aceptaron moviendo la cabeza—. De todas formas no hace tanto frío como para no poder soportarlo un par de minutos.
De nuevo, miré hacia la linea negra del horizonte en busca de un atisbo de luz solar, mas no había nada. Pero a diferencia de antes, las nubes ya no eran tan oscuras, ya no eran profundamente negras, ahora habían adquirido un tono más claro, más gris. Sonreí al ver algo de iluminación en las calles a parte de la proporcionada por las lámparas artificiales de color naranja que se encontraban dispersas de un extremo a otro.
—¿Dónde haremos nuestra primera escala, Alexander?— me preguntó Ezmeralda impertinente.
—En Ferthán— le respondí de inmediato, pero sin interrumpir la imagen que mi vista visualizaba—. Katia y yo queremos ver algo ahí antes de partir. Además, es el lugar que nos queda más cerca para almorzar.
No volví a escuchar la voz de Ezmeralda por un momento, así que desvié mi vista hacia la izquierda para poder mirarla con cuidado. Me sorprendió mucho el tenerla a tan solo un par de centímetros separada de mi. Me ruboricé por alguna razón, luego ella tomó mi mano a escondidas, muy tiernamente y sin decirme nada. Noté que estaba prácticamente congelada.
—¿¡Eres tan friolenta...!?— le dije estupefacto, pero en un tono algo discreto para que su hermana o Katia no se sorprendieran por mi comentario.
—No...— me dijo temblando y se acurrucó contra mi hombro—. Tengo un mal presentimiento...— agregó susurrándome al oído en un tono apenas audible.
—Para serte franco...— dije—. Me ocurre lo mismo, Ezmeralda, no puedo sentirme tranquilo desde que salí de casa...
La abracé con fuerza contra mi cuerpo para tranquilizar su incertidumbre y convertirla en entusiasmo y emoción, y pareció haber funcionado, pues poco a poco, segundo a segundo, su temblor fue disminuyendo hasta desaparecer.
De nuevo miré al final de la calle, pero esta vez al haber escuchado el sonido de un motor encendiéndose. Me di cuenta que los demás ya estaban completamente listos, y las luces encendidas de sus vehículos eran mi señal de aviso.
—Hora de irnos...— les avisé a las chicas sin dejar de mirar los otros dos autos que se acercaban a nosotros con lentitud.
—De acuerdo— dijo Katia y abrió la puerta del lado del pasajero para que tanto ella com Susan entraran y se sentaran en los asientos traseros del coche.
—Vamos, es hora de partir, Ezmeralda— le dije al oído para que me soltara.
Ella tardó un momento quedándose ahí muy junto a mi, abrazándome con fuerza para evitar perder la calma que le había brindado mi sola presencia y contacto.
Después se separó, y la encaminé a su propio lugar. Cerré su puerta justo cuando llegaron los demás, parándose para poder hablar conmigo sin apagar el motor.
—¿¡Listos!?— gritó Joseph con demasiado entusiasmo desde su camioneta.
—Más que listos...— le contesté sonriendo, y me dirigí a mi propio lugar de partida.
Él cerró la ventanilla de su auto y me esperó un momento.
Sellé el interior del carro al cerrar mi puerta, y encendí el motor respirando profundamente. Miré a Ezmeralda de reojo, luego a Katia y a Susan por el espejo retrovisor. Espero que todo salga bien...— pensé para mis adentros, y entonces hice andar nuestro transporte por la calle, dejando que la bestia rugiera en el silencio de la madrugada.
Este es el clímax de todo. Cuando terminé de escribirlo, sentí que algo no estaba bien. En general me gustó mucho... pero siento que le sobran muchas cosas...

Gracias por leer.
Comments8
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Ghostyaya19's avatar
._. Qué es ese mal presentimiento?? Espero leerlo en los siguientes caps xD

Un consejo: cuando hagas pensamientos, utiliza comillas o los mayor qué o menor qué, porque si pones el guión se entiende que es alguien que habla y aparte, no pones el guión al principio, suele confundir un poco u.u
Me gusta mucho cómo describes, me dio frío y ganas de estar ahí xD
Alexander tiene algo que me agrada, no se... me siento muy afín a él n.n