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ENTRE EL RENCOR Y LA AMISTAD.

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AlexanderSC's avatar
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MORIR PARA SOBREVIVIR.
(Tercera Parte).



Aquella cueva era fría, pero no más que el exterior. Era húmeda, pero no más que la nieve de afuera. Y era obscura, muy obscura, pero no más que la profundidad de nuestros sentimientos agónicos.
No podía dormir. Creía que era plena noche, pero la tormenta aun no se detenía, y el cielo se había oscurecido un poco más. Katia no pudo soportarlo más, y volvió a caer rendida ante las expectativas de su propio cuerpo. Yo me la llevé hasta aquella cueva que había encontrado detrás de unas rocas altas, de unos diez metros de alto. La había levantado como a una pluma, y la había cargado hasta allá sin ningún problema extraodinario. Mientras la observaba para ver que no se despertara, y por mi propia insomnia. Me llegaba la ansiedad de tocarme las orejas una tras otra vez. Aun no podía creerlo, me las llegué a jalar con la ingenuidad de que aquello era una broma absurda, pero era obvio que se quedarían igual: puntiagudas como las de los duendes de cuentos de hadas. ¿Eso me convertía en un duende gigante?
De todas formas, seguía intentando pensar con tranquilidad, con claridad antes de dejarme llevar de nuevo por mis sentimientos. Aunque he de admitirlo, cada vez que me las tocaba y que las sentía con mis dedos extremadamente sensibles, una lágrima estaba a punto de salirse de mis ojos. Se había vuelto más fácil controlar un poco la intensidad de lo que sentía, pues ya había llorado demasiado. El desahogo que aquello me produjo fue como una cascada de agua helada sobre mi espalda.
Mientras observaba a Katia, la curiosidad hacía temblar mis manos, y al final no pude resistirlo más. Recorrí su cabello un poco— se encontraba acostada sobre su flanco izquierdo—, dejando al descubierto su oído derecho, llevándome una gran sorpresa.
¿Así es como se me ven mis orejas...?— pensé con algo de asombro. No era de lo peor, pero no creía que me pudiera acostumbrar a algo tan extraño—. Pero... ¿Por qué Katia también...? Sí es así... todos deberíamos de estar igual... ¡Cierto! ¡Los demás...! Los había olvidado por completo... Debemos irnos... y buscarlos...— continué deduciendo, observando como Katia dormía. Por poco, como un impulso, estuve a punto de despertarla, pero me detuve en el último momento—. Mejor te dejaré descansar...
Así que simplemente me detuve, y un poco más tranquilo, me recosté a su lado, atento a cualquier sonido tanto del interior como del exterior. No dormí, no lo hice en toda la noche, no sentía que lo necesitara, pero tampoco pude hacerlo, aun cuando no quería permanecer despierto.
El tiempo pasó rápido, y el único sonido que llegó a interrumpirme fue el de la tormenta, el cual parecía la canción de cuna perfecta. No obstante, la luz había comenzado a entrar por la entrada de la cueva de una forma muy peculiar, demasiado bella para mi propio entendimiento. Y el sonido de la nieve y el viento se había detenido un par de horas atrás.
—Katia...— la llamé para averiguar si se encontraba ya despierta. Pero no me contestó nada—. Katia— dije más firme, en un tono más alto.
Ella se movió un poco, luego se dio un cuarto de vuelta para mirar el techo de la caverna con sus enormes ojos verdes. Me asustó un poco aquella expresión que tenía, tan escasa de vida en sus ojos. Con un brillo mínimo, muy distinto al que conocía tan especialmente en ella.
—Katia... ¿Estás bien...?— le pregunté preocupado por su condición.
Ella no me respondió, solo continuó mirando por una gran cantidad de tiempo hacia arriba, luego sus ojos comenzaron a ponerse ligeramente rojos con el pasar de los segundos, y por último, una lágrima se resbaló por el rabillo de su ojo derecho, perdiéndose entre su cabello castaño claro— o rubio muy oscuro—. Entonces, una especie de reflejo en ella hizo que los músculos de su cuello se contregeran, y comenzó a llorar sin precedentes. Como nunca antes la había visto llorar. Me tomó del brazo, y se levantó para refugiarse entre mis manos. No supe que hacer, me quedé estático y dejé que controlara mi cuerpo a su antojo si eso la hacía sentir mejor.
—Mi mamá... Alexander...— dijo con el rostro pegado a mi pecho mientras daba manotazos al suelo—. ¡Mi madre, Alexander! No podré volver a verla...— continuó diciendo, y yo recapacité.
Solo me había puesto a pensar en mi mismo. En lo único en lo que me había preocupado era no seguir los sueños que tanto anhelaba, ya no poder hacerlo. Era el cambio de vida que tenía que sufrir si lo que había deducido era cierto. Sin embargo, no me había inquietado por Katia, al menos no en ese aspecto. Me  turbaba el hecho de verla tan triste y tan decaída, pero en ningún momento me puse a pensar en porque se había puesto así. Yo no podía preocuparme mucho por mis padres, me había resignado, pues tenía medio año que no los veía, pero Katia. Su relación con su madre siempre fue tan perfecta, al menos el tiempo que pude conocerlas juntas. Era casi envidiable. Y fue en ese preciso instante que recordé algo que había olvidado: "Esto es lo más importante que una madre podría pedirle a cualquier persona en el mundo... Cuida bien de mi hija". Aquello que Ofelia me había encargado con una preocupación constante en su voz.
Abracé a Katia entre mis brazos con firmeza, recordando aquella palabra que le había dado a su madre.
—Yo te protegeré... pase lo que pase, Katia...— le susurré al oído y sentí como su corazón se calmó poco a poco.
No me di cuenta de cuanto tiempo más pasamos ahí, en la oscuridad. Pero fue el suficiente para que ella se pudiera tranquilizar. Y no nos soltamos en toda esa cantidad de tiempo.
—Gracias, Alexander...— me dijo ya mucho más calmada.
Miré sus ojos curioso, y cierto brillo y vida volvieron a ellos.
Sonreí de satisfacción y felicidad. Y ella copió mi gesto indiscreto. Reímos suave, por lo bajo. Luego nos volvimos a mirar a los ojos.
—Ahora... ¿Qué es lo que vamos a hacer, Alexander...?— me preguntó recargando su cabeza sobre mi pecho, con la mirada en la salida de la cueva y la mano sobre mi hombro.
—No puedo pensar en otra cosa más que buscar a los demás... ¿Qué más podríamos hacer ahora...? Aun queda algo de esperanza, ¿no lo crees?— le comenté cauteloso, sin voltearla a ver directamente, si no de reojo.
Entonces separó el contacto, luego se levantó lentamente y caminó hasta la salida. Se quedó parada ahí un momento, con los hombros caídos, viendo el medio ambiente que nos rodeaba.
Yo me ocupé de admirarla a ella. Como la luz dorada del sol se reflejaba sobre su cabello, y la piel que tenía aun a la vista. Después me paré, para acompañarla en ese estado de indiferencia, justo a su lado, mientras miraba la misma imagen que ella. La nieve brillaba, y los árboles— en su mayor parte escasos de hojas verdes, a excepción de los pinos y otras coníferas— se imponían sobre el resto de la naturaleza, pues eran enormes. Sobre las rocas más grandes, las placas más delgadas de hielo y nieve comenzaban a derretirse, dándoles un resplandor encantador, como si estuvieran cubiertas de millones de diamantes. El aire ahora un poco más cálido parecía llamar a las aves, pues se escuchaban sus melódicos silbidos a la distancia, desde todas las direcciones.
—Hermoso...— pronunció Katia en un volumen muy bajo, como si solo hubiese abierto la boca, pero yo alcancé a escucharla por alguna razón.
Me quedé ahí un  momento más, hasta que sentí que perdíamos el valioso tiempo que teníamos.
—Debemos ir a un lugar alto, de donde podamos ver la mayor extensión de terreno posible...— le indiqué a Katia con un poco de autoridad.
—¿Alguna idea...?
—Aquella montaña de allá...
Terminé por decir apuntando hacia el este, justo debajo de donde parecía haber salido el sol. La montaña no era demasiado alta como para cansarnos a extremos, ni demasiado baja como para no alcanzar a mirarlo todo. Era perfecta, pues tampoco parecía ser muy empinada o difícil de escalar.
Katia volteó de inmediato, y se quedó en esa posición un tiempo, hasta que una ventisca nos golpeó la espalda, haciendo que la piel del lobo danzara alrededor de nuestro cuerpo escandalizada. Me volteé para intentar averiguar de donde provenía el viento, pero solo me topé contra la enorme roca que habíamos usado como refugio durante la noche. Localicé la cima al menos unos diez o quince metros más arriba, y me propuse subir, tan solo para tener un punto alto de referencia.
Di un par de pasos para acercarme más a ella, directo a un espacio que sobresalía del resto de la roca lisa. Salté un poco, deteniéndome en las superficies altas de las que podía. Luego volví a saltar sin ningún problema. Me parecía extraño, me consideraba un buen alpinista, pero algo que en general, y desde la perspectiva que te brindaba el suelo parecía difícil, se me estaba facilitando exageradamente. Mi fuerza había sufrido un cambio drástico, eso no podía dudarlo, al igual que mi equilibrio, además, mis sentidos se habían agudizado. ¿Por qué?
Llegué a la cima sin problemas. Y observé hacia los cuatro puntos cardinales para averiguar cualquier cosa útil. Al este solo se encontraba una cadena montañosa  que se extendía kilómetros hacia el norte y hacia el sur, perdiéndose en el horizonte. Por el norte solo se encontraba el bosque, al igual por el sur. Y por el poniente parecía haber la misma imagen: tan solo un lago verde que se extendía miles de kilómetros hasta donde alcanzara al vista, justo después de pasar esa área nevada.
—¿¡Ves algo!?— me preguntó Katia indiscreta.
—¡Nada que nos pueda servir! ¡Más que un par de arrollos hacia el este en los que podremos parar si nos da sed!— le contesté mientras bajaba cuidadosamente por la roca resbalosa.
Llegué a un punto del cual ya no pude bajar más, lo calculé, eran casi cuatro metros de distancia hasta el suelo. No me quedó de otra más que saltar. La nieve amortiguó el impacto, pero aun así, caí con fuerza, y sin embargo, los músculos de mis piernas reaccionaron de una forma perfecta ante la caída. No me dolió, amortigüe bien, e hice un hoyo en la nieve de medio metro de diámetro, y me hundí unos treinta centímetros en ésta.
—No perdamos más tiempo...— le dije mirando hacia la montaña, con el sol en la cara.
—De acuerdo— dijo ella, y copió la expresión de seguridad que le había mostrado.
Caminamos un poco hasta donde habíamos dejado lo que pudo haberse llamado un campamento. Es decir, el lugar en el que había preparado la carne y en el que había hecho nuestra "ropa". Tan solo recogimos un par de cosas que estaban ligeramente enterradas sobre la nieve que no me había ocupado de llevar conmigo adentro de la cueva, ya que se me habían olvidado por completo por el coctel de sentimientos que ya me había surtido efecto. Eran un par de lanzas hechas con los colmillos de aquella bestia que atacó a Katia, y unos cuantos kilos de carne que había guardado en una bolsa de piel improvisada. Ya no podíamos hacer nada en ese lugar. Era momento de sobrevivir, o de quedarse a esperar a que alguien llegara por nosotros. Yo prefería seguir subsistiendo, y luchar contra aquello que comenzaba a aterrarme.
Tercera Parte, solo falta una para que se acabe este capítulo.

Gracias por leer, y perdón por las varias faltas de ortografía, estaba tan emocionado por subirla, que no he corregido el borrador.
Comments5
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Ghostyaya19's avatar
Oh vaya,m este cap de transición es buena XD
Ya Katia se ha recuperado, bien! Ahora pensar por qué han sido transformados y en dónde estarán los demás.

Alexander se quebró... Me alegré de leer eso, porque es el tipo de chico que prefiere no decir las cosas para no preocupar y pensar en los demás antes. Es humano, después de todo. Después de las lágrimas, la fuerza es mayor (: